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3 feb 2008

REFLEXIONES

EL OTRO COMO EPIFANIA DEL VERBO ENCARNADO

Por: Jose Alberto Contreras, CM.

Cuando se habla de análisis de la realidad tanto en el ámbito teológico como en el ámbito sociocultural, y se intenta plasmar las características principales del ser humano de hoy, todos los autores convergen en que la sociedad postmoderna ha dado a luz a un ser humano INDIVIDUALISTA. Esta visión antropológica, desde su surgimiento y fortalecimiento con las ideas de Adam Smith al inicio de la revolución industrial y que dio paso al Liberalismo como principio económico fundamental, ha ido calando con cada vez mayor fuerza en las nuevas sociedades emergentes llegando incluso hasta nuestros días.

Por otro lado es importante señalar que en medio de este devenir histórico, la Iglesia, Sacramento universal de salvación (LG, 1) y llamada a compartir los gozos y las esperanzas de la humanidad (GS, 1), ha librado una fuerte lucha contra esta visión reduccionista del ser humano y, partiendo de una verdadera antropología cristiana, ha ofrecido al mundo una rica y profunda doctrina social que le ha hecho ver que el ser humano es un ser con y para los demás y que, precisamente, es en este ser-relacional que el ser humano se realiza a si mismo y, mas aun, es desde esta alteridad esencial humana que se pueden construir sociedades autenticas, donde el ser humano sea el fundamento y el fin de todas las instituciones sociales ( GS, 63) y el llamado desarrollo sea en verdad un desarrollo integral que llegue a todo el hombre y a todos los hombres ( GS, 64,65).

Ante este panorama individualista del ser humano se hace urgente que, como cristianos y como familia vicentina, podamos reflexionar en la realidad del Otro (prójimo, pobre, necesitado etc.), y sobre todo, mirar esta realidad, como lo hizo San Vicente, desde el misterio de la encarnación, donde Dios, Por su Amor-caridad se hizo Emmanuel (Dios-con-nosotros) y nos urge al amor y el servicio a los demás.

Todo lo que aquí vamos a decir esta resumido en la idea de que como vicentinos en el momento actual urge cada vez mas una mirada de fe hacia los pobres para descubrir a Cristo en ellos y servirles como a nuestros amos y señores, así como en esta sociedad neoliberal se multiplican cada vez mas los rostros de los pobres (rostros sufrientes de Cristo), así también debe multiplicarse nuestra fe y nuestro compromiso cristiano-vicentino para que los nuevos pobres no pasen desapercibido entre nosotros y de manera creativa podamos seguir saciando sus necesidades materiales y espirituales.


El Misterio de la Encarnación:

La encarnación es la solidaridad de Dios con la humanidad. Por la Encarnación Dios se vacía de Sí mismo y se hace parte de nosotros, se inserta en nuestro mundo y nos habla nuestro propio lenguaje; este es el gran misterio inefable en el que San Pablo se admira y nos presenta de una manera singular y profunda: “siendo El de condición divina….se despojo de su rango y tomó la condición de siervo” (Fil. 2, 6); este es el misterio en el que también San Vicente de Paúl se admiró y nos lo refiere como el gran gesto de amor de Dios a la humanidad. Por medio de este misterio tan sublime fue que Cristo dio a conocer a Dios a los hombres y el Hombre a cada hombre; en lo adelante se pone de manifiesto la gran verdad veterotestamentaria: el hombre es en Cristo imagen y semejanza de Dios, ya que Cristo es “la imagen de Dios invisible”.

El amor de Dios hacia el género humano fue el motivo de la Encarnación; pero este no es un misterio para contemplar, sino para vivir, y nos preguntamos ¿Cómo vivir nosotros el misterio de la encarnación? La respuesta es sencilla: la encarnación es una invitación a contemplar en el Otro (prójimo) la epifanía del verbo encarnado. Es el apóstol San Juan en su primera carta quien nos ofrece una profunda reflexión en este sentido.


“Miren como se manifestó el amor de Dios entre nosotros: Dios envió a su Hijo único a este mundo para que tengamos vida por medio de El.

Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros” (1Jn 4, 9.11)

San Juan es, sin duda, un verdadero apóstol del amor-caridad de Dios. El nos muestra cómo el amor es a la vez la razón del descenso de Dios y la elevación de ser humano; así como Dios llegó a nosotros por amor, también nosotros estamos llamados a llegar a El por amor; pero este amor que llevó a Dios a la Encarnación tiene que ser para nosotros también un amor encarnado en el prójimo. La vía descendente de Dios es, al mismo tiempo, la vía ascendente del hombre; a Dios llegamos por la mediación del prójimo. Dicho en palabras de San Vicente: “Dios vino a nosotros por amor, y quiere que vayamos a El por amor”. Y ¿Quién es el prójimo? Aquí está el gran desafío nuestro: descubrir al prójimo. En esta sociedad, cuya característica esencial, como hemos apuntado en la introducción, es el Individualismo, tenemos que abrir los ojos del corazón (sólo con ellos se ve bien) y hacer un verdadero acto de fe en el Dios encarnado. El prójimo es sencillamente el necesitado, material y espiritual, con el que nos encontramos cada día, cada instante y en todo lugar, pero que a veces, como el herido del camino (Lc 10), dejamos de lado por atender a nuestros intereses personales, o bien, a una religión falsa y sin sentido. Descubrir al prójimo implica también un acto de fe en la dignidad humana, para valorarla y promoverla desde una lucha constante por la justicia y la solidaridad; también un acto de fe en la Vida; el Señor ha venido para que tengamos Vida en abundancia y la Encarnación nos apremia a luchar para que el Otro-prójimo tenga Vida, en medio de una verdadera cultura de muerte.

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